Las mieses están doradas,
aprieta el calor que quema,
y la muy sedienta tierra
pide el agua que no llega.
El paraje es escarpado
y la tarde languidece,
y el verde prado del bosque
pierde la luz, se oscurece.
Por los estrechos senderos
que conducen a la sierra,
polvorientos, pedregosos,
un animalillo sueña.
Ayer tenía libertad
y pastaba en la pradera,
hoy se encuentra encadenado
en una casa de fieras.
Recuerda el agreste bosque
que el camino serpentea,
y que se ensancha al final,
que conduce a la pradera.
Solo y desamparado
en esa casa de fieras,
es como aquel ser humano
al que a cadenas condenan.
La vida es ese camino,
que se tuerce, serpentea,
polvoriento, pedregoso
que lleva a la gran pradera.
A.R.M.
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