sentado en su gran sillón,
discutía con su obrero
de quién tenía razón.
No comprendía el obrero
las razones del señor,
que sonriente y altivo
despreciaba al labrador.
El obrero se quejaba
del atropello a su honor,
de las mentiras y burlas
del poderoso patrón.
Protección a la justicia
este buen hombre pidió.
le respondieron los jueces
que estudiarían la cuestión.
Pasaron meses y años,
la justicia decidió,
que imperaban las razones
del poderoso señor.
Honrados trabajadores,
del país, de la nación,
siempre gana el poderoso
porque ¡él es la razón!
A.R.M.
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