lunes, 31 de agosto de 2015

Penas de olivo.

   Amarrado al duro suelo,
un olivo centenario,
lloraba su desconsuelo
su cautiverio diario.
   Se quejaba amargamente
al labrador que labraba,
con el sudor de su frente
la seca tierra regaba.
   Han pasado muchos años,
y las gentes que yo amaba,
de sus tierras los echaron,
de las tierras que cuidaban.
   Amo el frío del invierno,
cuando el fruto ha madurado,
y todos los años florezco
con el calor del verano.
   Me apena la soledad,
tengo hermanos en el campo,
pero lejos, en la campiña,
todo es triste y solitario.
   Así respondió el labriego,
secando su amargo llanto,
no te aflijas, yo te cuido,
lo mismo que a tus hermanos.
   El avecilla que anida,
allí en su tronco sagrado,
le promete como un hada,
que siempre estará a su lado.
                                                                                                      A.R.M.

Una mirada en el espejo.

   No recuerdo el gran momento,
mi madre me lo ha contado,
llegué a este mundo de infarto
a grandes gritos llorando.
   Era un mes frío de otoño,
el viento soplaba aullando,
llovía y como un río
el agua todo anegando.
   Recuerdo mi casa grande,
una higuera, el emparrado,
la plazoleta, la calle,
las moreras, el empedrado.
   En mi cuarto, la cancela,
era de hierro forjado,
con sus muñecos de tela,
mi hermana estaba a mi lado.
   Allá en las noches de invierno,
las secas hojas crujían,
llegaba el tiempo de brujas,
cantaba la "Tragantía"
   Recuerdos de niño, sueños
que ya nunca olvidarás,
como el caballo "Castueño"
en el que podía montar.
   Repaso, evoco mi vida,
tranquilo veo la vejez,
y una sonrisa violada
vuelve a mis labios otra vez.

                                                                                                      A.R.M.

miércoles, 19 de agosto de 2015

Cristales acuosos.

   Mi querido amigo Pedro Mora, en un acertado comentario sobre la Celebración del 75 Aniversario, se pregunta sobre el "enigma", el "algo misterioso" que nos invade, nos conmueve, nos emociona al estar, al volver de nuevo al Colegio. Y como sociólogo voy a tratar, de dar luz, de esclarecer en lo posible ese sentir colectivo que nos penetra y al que la razón no llega a comprender.
   Para nosotros que recibimos una formación sólida, no es fácil enjuiciar, distinguir, separar entre razón y emoción. Nuestros conocimientos, nuestra educación intelectual y científica nos inclina a distinguir entre la Providencia (Dios) y Ciencia. Pero en situaciones de emoción colectiva, la ciencia, la razón desaparecen para dar paso a la acción que nos ahoga, que nos impide respirar y que en la mayoría llena de pequeños y transparentes cristales los ojos. Y aunque Durkheim considera la religión como una especie de alucinación, de imágenes sin valor objetivo, creo que en un estado emocional, es la potencia del espíritu la que se revela. Es la plena expresión del sentimiento religioso que en mayor o menor grado, todos llevamos dentro.
   Es necesario que para que el hombre se pueda expresar libremente, necesita algo con lo que pueda identificarse. Ese algo, esa cosa, es para nosotros el "lugar sagrado", el "lugar mágico" al que interiormente reconocemos como el "Colegio". Y ese es el mito, el pasado que de una forma u otra queremos revivir. El mito, no es otra cosa que la palabra en si misma. No es una especulación ni un poema. Es una palabra que al repetirla alcanza la potencia decisiva espiritual en nosotros.
   Naturalmente que mi apreciación suscite interpretaciones y discusiones distintas. Es una aproximación sociológica del hecho en si y que nos lleva al sentimiento, a la creencia profunda de que aquello que amamos y que nos amó nos pertenece. Pero es sin discusión posible, con sus luces y sombras que la palabra "Colegio" es el mito que nos une aunque en cierto modo no sepamos por qué.
   En nosotros está unido directamente con el pasado, con aquello que fuimos y que ya no volveremos a ser. Es una realidad presente y vivida a la que le damos fuerza y forma con íntima felicidad y que nuestra "memoria mediata" nos presenta el ayer en el hoy que vivimos. Y esta recuperación de la infancia perdida nos recuerda y hace florecer en nosotros la ternura y la candidez del niño que fuimos. El hombre, es capaz de todo; incluso de matar sus mitos ahogándolos en su ignorancia. Pero si le damos forma él existirá, vivirá en nosotros y en cierto modo será fuente de vida. Más aún, despertará en todos la emoción, el sentimiento que recuerda nuestra pasada niñez.
   Creo que sería del todo falso interpretar nuestras vivencias en el "Colegio" como una especie de leyenda, de noticias en las que los intérpretes fuimos nosotros. Las leyendas en general carecen de espacio sagrado. Sin embargo el mito, aunque casi nunca tiene patria, para nosotros siempre será "le milieu sacré"; "l'eternelle lumière" que nos trae como regalo en el tiempo, en el recuerdo tierno y cariñoso que se renueva año tras año, nuestra niñez.
   Creo que en un estado psíquico emocional, la relación mítica con el espacio sagrado es necesaria en nuestro errático deambular por la vida. Necesitamos una especie de nueva filosofía espiritual que responda, que nos acerque a la verdad que en parte tenemos olvidada. Y es el "Colegio" como fundamento totémico de la Institución SAFA el que nos inyecta, el que nos renueva la fuerza moral y ética que necesitamos en tanto que grupo afín y que en cierto modo nos distingue. Es esa fuerza individual y al mismo tiempo colectiva, forma el "Totem" que une al grupo sin fisuras.
   Esta asociación del "Totem" y del totémico, es íntimo e inigualable; a tal punto que puede constituir el valor de una "relación de sangre". Esta participación tiene un principio de vida en común que hace de los miembros del grupo integrantes de una "misma carne", de un mismo principio vital.
   De esa fuerza espiritual. de ese principio vital emana la emoción incontrolable, el "Summun emocional" al que Pedro Mora se refiere y que nos vela la mirada con cristales acuosos.
   Y llegamos a la "lógica de la ilusión". No es una doctrina de la probabilidad ya que esta puede conseguirse y por lo tanto es verdad. Puede ser defectuoso su conocimiento. Ni la verdad ni la ilusión se hallan en el objeto sino en la sociedad; en el juicio sobre ella razonado y por consecuencia actuar con conocimiento de causa. Y esta causa efecto, este estado emocional, es el cordón umbilical que nos une como parte de un todo y en el que la mística de la unidad se realza, aumenta la potencia social del colectivo que nos marca con el principio de identidad.
   El tener y creer en algo verdadero, es un suceso de nuestro entendimiento y puede basarse en fundamentos objetivos, pero también requiere causas subjetivas el la mente del que formula el juicio. Pero la verdad descansa en la concordancia del sujeto con el objeto, y al concordar todos con él queda demostrada la verdad que nos une.
   Defender el objeto en tanto que verdadero es lo que pedimos a las nuevas generaciones, de la misma forma que basándonos en el principio de identidad colectiva, junto con el sentimiento y el contenido emocional que nos une e identifica dignifica el " Espíritu de la SAFA" que nunca, jamás deberá desaparecer. Verdadera razón que nos ha traído aquí.

                                                                                                                  A.R.M.