martes, 10 de junio de 2014

Una saeta.

   El mundo saltó de gozo,
al saber tu nacimiento,
en ese porta oscuro,
en una noche de invierno.
   Te reuniste con los pobres,
para darles tu consuelo,
y tus lágrimas rodaron
por los que no tienen techo.
   Te apresaron los verdugos,
te prendieron en el huerto,
y te azotaron con saña,
hasta destrozar tu cuerpo.
   En tu carne, los azotes,
en tus sienes , el tormento,
hacia la cima del monte,
caminas con paso lento.
   La cruz, como el gran pecado,
de este mundo siniestro,
la llevas sobre tus hombros,
que se caen con el peso.
   En esa maldita cruz,
hecha de palo negro,
te clavaron sin piedad,
con fuertes clavos de hierro.
   Al morir crucificado,
y en tu último suspiro,
gritaste con ronca voz,
que todo estaba cumplido.                                               A.R.M.

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