martes, 12 de julio de 2016

Romance del walí almohade Abú Akil.

   Un sollozo contenido,
brota del pecho de Akil,
y con mano temblorosa,
traza recuerdos sin fin.
   Una nieblina en sus ojos,
en él denota un sufrir.
Un extraño sentimiento,
que no puede compartir.
   Una pregunta le hace,
a su pluma de marfil,
¡por qué tan cruel destino,
me ha correspondido a mi?
   Recuerda sus correrías
de niño por el jardín.
Las risas de las princesas.
Era en su mundo feliz.
   Fui educado por sabios,
entre mil velos crecí,
y en la ciudad bien amada,
yo fui nombrado walí.
   Fui justo en mis decisiones,
al Corán obedecí.
Goberné con sabio tacto,
y a las gentes comprendí.
   La ciudad que yo gobierno,
tiene riquezas sin fin.
Canta el agua cuando riega,
las huertas que tiene mil.
   Olivos cual centinelas,
tras las murallas cien mil,
siembran de plata sus tierras,
oro rezuman sin fin.
   Gigantes desafiantes,
torres con grandes murallas,
que defiendes la ciudad,
se yerguen aquí y allá.
   Viven las tres religiones,
gozan de gran bienestar,
los judíos y cristianos,
musulmanes y demás.
   Llora Akil en la penumbra,
el Sol se ha marchado ya,
solo. en la noche tranquila,
acercado se ha al ventanal.
   Con una triste sonrisa,
se dirige a las estrellas,
con amargura profunda,
con una infinita pena.
   Ha consultado a los sabios,
los adivinos desvelan,
que una terrible desgracia,
acecha desde Baeza.
   Ha caído la ciudad,
se ha rendido a los cristianos,
muchas gentes han huido,
y a Ubbada se han marchado.
   Ante la terrible nueva,
del rudo avance cristiano,
Akil desde las almenas,
ve el campamento cercano.
   Tiene tres mil cimitarras,
y casi tres mil lanceros.
Imponentes sus murallas,
para defender al pueblo.
   El cristiano rey Fernando,
envía sus emisarios.
Llevan preciosa armadura,
y aportan negros presagios.
   Que se rinda la ciudad,
y con ella sus soldados,
sus riquezas y arsenales,
todos serán confiscados.
   Dicen que soy extranjero,
que he usurpado sus campos,
las tierras de sus mayores,
las tierras de los cristianos.
   Akil responde sereno,
a los altivos cristianos,
decidme señores míos,
¿quién ha labrado sus campos?
 ¿Quién gobernó con prudencia,
y los trató como hermanos,
respetó sus religiones,
y fui por ellos amado?
   Me tenéis por extranjero,
porque yo no soy cristiano,
pero también tengo un dios,
lo mismo que tú cristiano.
   ¿Acaso nativos sois,
o visigodos venidos,
o herederos de romanos,
en este solar nacidos?
   No juzguéis por extranjeros,
en este crisol hispano,
cuna de razas mezcladas,
que tiempos ha se asentaron.
   Al rey Fernando decidle,
que yo también he nacido,
en este solar de ensueño,
de Allah terreno bendito.
   Antepasados,los tengo,
en este solar hispano,
ochocientos años ha,
que aquí ellos se asentaron
   Callan los tres caballeros,
y no saben qué decir.
Mudos se quedan de asombro,
con las respuestas de Akil.
   Un documento le entregan,
con reales condiciones.
Se ha de rendir la ciudad,
con todos sus moradores.
   Asediarán la ciudad,
no llegarán provisiones,
morirán sus ciudadanos,
con mil hambrunas y horrores.
   Llama Akil a su consejo,
 expone las condiciones,
y el plazo que el rey Fernando,
respeta sus condiciones.
   No quiere rendirse Akil,
y no pierde la esperanza,
de que tropas nazaríes,
la socorran y no caiga.
   De la cercana Baeza,
ya bastión de los cristianos,
llamas de horror se divisan,
ya le han quemado sus campos.
   Suenan tambores de guerra,
Ubbada queda cercada,
si los socorros no llegan,
tendrá que rendir la plaza.
   Escasea la comida,
sedientos los ciudadanos,
gritos de horror en las calles,
gran temor a los cristianos.
   Una bandera en la torre,
la más alta del palacio,
pide tregua al otro bando,
y salen los emisarios.
   En la tomada Baeza,
los recibe el rey Fernando,
y con solemnes palabras,
corto plazo les ha dado.
   No destruiré sus murallas,
ni cernaré sus cabezas,
si con dignidad y honor,
entregas la fortaleza.
No asolaré la ciudad,
respeto a los ciudadanos,
respeto a su religión,
si se rinden de inmediato.
   Escucha Akil en silencio,
no quiere muertos hermanos,
y quiere que siga en pie,
la ciudad que tanto ha amado.
   De negro velo tristeza,
se le han velado los ojos,
y con dolor muy profundo,
firma caído de hinojos.
   A caballo y en silencio,
cruza la sierra cercana,
Úbeda se queda atrás,
la ciudad tan bien amada.
   Marcha al frente de unos pocos,
montando negro caballo,
y a los designios de Allah,
Akil se ha encomendado.
   No sabe lo que le espera,
un sollozo se le escapa,
pero con mirada altiva,
se encamina hacia Granada.
                                                                                          A.R.M.



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