martes, 29 de marzo de 2016

Eternamente.

   Dijo Bécquer en sus rimas,
que el amor era el infierno,
es como un beso que hiere,
y que aviva el fuego eterno.
   Muy joven la conocí,
ella, nacida en Baeza,
no sé por qué me gusto,
su dulzura, su belleza.
   Esperanza se llamaba,
esperanza todo en ella,
su cuerpo se dibujaba,
yo, me moría por verla.
   Siempre temí su mirada,
que a través de negras rejas,
se reía, se burlaba,
de mi increíble torpeza.
   Jamás encontré palabras,
cuando estaba junto a ella,
no supe qué me ocurría,
y no encontré la respuesta.
   Pero un febrero travieso,
en mi senda se cruzó,
vinimos de vacaciones,
y coincidimos los dos.
   Gran ilusión me invadió,
yo no podía creerlo,
pero desde ese anochecer,
siempre he vivido en el cielo.
   De tu amor como un esclavo,
de rodillas y vencido,
con lágrimas y suspiros,
sueña con el ser querido.
   Sin darme cuenta de nada,
en mi creció la ilusión,
abrazados y en silencio,
el dulce beso llegó.
   Yo le dije que la amaba,
mi cuerpo, todo pasión,
la enlacé por la cintura,
y el tiempo se colapsó.
   Con el rocío en tus labios,
rojo sol de amanecer,
como un imán que me llama,
en él quiero fenecer.
   Vuelve la memoria antaño,
a todo lo acontecido,
paso revista a mi vida,
y al inmenso amor vivido.
   Y al cielo le doy las gracias,
por vivir acompañado,
del amor que me ha marcado,
y que es real, no soñado.
                                                                                                                 A.R.M.

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