lunes, 19 de octubre de 2015

Dura soledad.

   Corría la tarde, el Sol, un brasero,
sudaba la tierra heridas de fuego.
Allá en la distancia un pequeño pueblo,
la siesta dormía, todo es silencio.
   Añosos olivos pedían al cielo,
un poco de agua para el seco suelo.
El trigo dorado, un calor de infierno,
el Sol allí arriba, sus rayos de fuego.
   Cerca la sierra, senderos estrechos,
y un pastor altivo, ovejas, el perro.
Buscando un cobijo en el duro suelo,
la sombra de un árbol de tronco seco.
   Balan las ovejas, ladra su perro,
de aguas cristalinas corre el riachuelo.
Su cara refresca y bebe sediento,
descansa tranquilo en el verde suelo.
   Saca del zurrón, come pan y queso,
y un duro mendrugo deja a su perro.
De nuevo el camino, ya de regreso,
la noche cerrada, el redil, el pueblo.
   Se ha ido el pastor, se fue con su perro.
Se fueron las gentes, y el pueblo tan bello,
quedó en el olvido, durmiendo en silencio,
y sólo se oye el silbo del viento.

                                                                                                          A.R.M.

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