martes, 10 de marzo de 2015

Elucubraciones sobre la muerte.

   Esta mañana, me he despertado algo inquieto. Supongo que mi inquietud tiene algo que ver con lo soñado. He soñado con situaciones en las que el centro era la muerte. Intentaré escribir algo sobre ello para alejar el posible trauma.
   Creo que la muerte es una de las pocas realidades, si no la única que la vida contiene. El resto, es sólo una incógnita que poco a poco vamos descubriendo en nuestro desesperado deambular en el tiempo que se nos ha concedido
    ¿Qué existe después de la vida? ¿Hay algo más detrás de la muerte? ¿Podemos volver?. Estas y otras muchas preguntas nos hacemos con la esperanza de continuar en el Más Allá. Ansiosamente creemos que nuestro espíritu-alma continua. Que no acaba todo con la putrefacción de nuestro amado y querido cuerpo. Meditar sobre lo inevitable de la muerte, puede ser un saludable ejercicio de aceptación de la realidad y al mismo tiempo una invitación a vivir intensamente la propia vida.
   Al hablar de la muerte, parece obligado que sepamos ¿qué es?. Necesitamos una definición; pero no la hay. Sólo sabemos que el concepto de muerte está basado en la experiencia de la vida. La terrible fascinación por el momento final que en su mayor o menor grado todos tenemos, es, ha sido y será una constante inquietud, aunque los más incrédulos la nieguen. Pero toda negación conlleva una afirmación del hecho real.
   Si el ser humano fuese una simple estructura biológica, serían idénticas o muy parecidas las reacciones emocionales ante el acto de morir, como les ocurre a los animales. El hecho de que sean tan dispares, muy bien pudiera constituir un indicio de que el viejo concepto platónico de la dualidad cuerpo-alma, obedeciera a un hecho real.
   Siempre nos hemos planteado el problema de nuestra desaparición física y sufrimos por ello tristeza, angustia, temor, y no llegamos a comprender el problema. Esta forma de disipar las incógnitas acerca de la muerte, dio lugar al desarrollo de unas concepciones escatológicas que, si bien han variado con el transcurso de los siglos y según las distintas culturas , todas al final, se han reducido a dos grandes ideas que aún vertebran las más importantes filosofías religiosas de Oriente y Occidente: la doctrina reencarnacionista y la creencia en el espíritu inmortal de las cristianas.
   En todo caso, la muerte nos atañe a todos como el hecho más trascendente de nuestra vida. Un acontecimiento absolutamente inevitable en el que antes o después vamos a intervenir como protagonistas.
   No es malo morir. ni siquiera es bueno; es algo natural. El gran problema es si el cuerpo o también con él, lo que es la conciencia, espíritu o alma desaparece. La muerte, por definición es cierta y a la vez incierta. Si la muerte es igual para todos,¿por qué no nos afecta a todos por igual? ¿Por qué hay quién se entrega a la desesperación más absoluta y quién muere lleno de felicidad?
   Haciendo mías las palabras de William Hunter, me gustaría decir en el último momento"si tuviera suficiente energía para coger una pluma, escribiría cuan dulce y agradable es la muerte".
   Creo que nuestra actitud frente a esta inquietante realidad, dependerá de los rasgos o mentalidad de cada uno y del contexto cultural y religioso en que nos hallemos inmersos.
   Creamos o no creamos, a todos nos angustia la posibilidad de disolvernos en la nada. Por este motivo, nadie ha dejado de imaginarse la manera de seguir viviendo más allá de la muerte.
   No quiero terminar sin lanzar esta reflexión. Vivimos en un mundo tridimensional y con arreglo a él, pensamos y nos movemos. Pero si existiera, como es posible o probable otra dimensión. Un mundo paralelo. Una cuarta dimensión ¿qué pensaríamos sobre el momento final; sobre la muerte?

                                                                                                             A.R.M.

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