martes, 23 de diciembre de 2014

Compartir.

   Me ha llamado poderosamente la atención el "reclamo publicitario" sobre la Lotería de Navidad. En él la palabra clave es "compartir". Pero yo me pregunto ¿compartir qué? Posiblemente se trate de formar parte de los desahucios y por tanto de los desahuciados. De compartir el hambre, la miseria y la pobreza entre los casi cuarenta y seis millones de seres que pueblan nuestro país. Pero en realidad no son cuarenta y seis sino 16 millones a los que la pobreza, la miseria y la indigencia acecha detrás de la puerta.
   Este país, además de la crisis económica-institucional tiene un gran problema: individualizan la riqueza o las ganancias y socializan las pérdidas o pobreza. Les es más fácil repartir la pobreza entre las clases pobres y medias, que compartir la riqueza que el país produce con todos, incluyendo a esos
casi dieciséis millones que no tienen casi nada. Las familias ricas crecen de forma exponencial. El aumento no tiene parangón con los países del resto de Europa. En ellos, si bien la crisis ha hecho acto de presencia, sus gobernantes hicieron lo necesario para no introducir cambios que dañaran la sociedad, sobre todo a los más débiles. En nuestra querida España, un 25% del PIB desaparece en no se sabe bien qué manos por arte de magia.
   En nuestro soleado país, según alguno o algunos de nuestros inefables políticos, los niños no están delgados porque pasan hambre. Su problema es la obesidad debida al exceso de comida. Magnífico diagnóstico hecho desde la altura; posiblemente de un ático.
   Bajen de la nebulosa en la que viven, pongan los pies en la tierra y miren al pueblo. Pregunten y analicen las listas de Cáritas y demás ONG; verán cuan equivocados están.
   Recuperen el Espíritu Navideño y repartan la riqueza que es de todos y a la que todos tienen derecho. Así lo dice la "Carta Magna". Pues empiecen por cumplirla para que puedan ser creíbles.
   "Por sus acciones los conoceréis" dice Jesús al final del Sermón de la Montaña. Ya no vale aquello de la herencia recibida. Su forma de actuar siempre en sentido único, sin acciones que permitan salir a flote a los más necesitados, sus discursos sobre regeneración democrática, son pura y simple palabrería.
   Creo que me estoy haciendo viejo, los síntomas son alarmantes. Antes disfrutaba con la Navidad, ahora me entristece. La veía como la fiesta familiar por excelencia en la que todos participaban sin excepción, felices y contentos por compartir y repartir. Hoy cerca de un 30% de la población sólo puede compartir y repartir miseria.¿Es este el Espíritu Navideño? Pero si tener inquietudes sociales y preocuparse por los que no tienen nada, que no tienen que comer y además sin techo es un síntoma de vejez, no tengo más remedio que confesar que me estoy ¡haciendo viejo!

                                                                                         A.R.M.

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