viernes, 13 de febrero de 2015

Un mal día.

   No tengo sueño esta noche, no sé por qué estoy desvelado, por qué no me llega el sueño, estoy intranquilo, apagado. El día no me ha sido fácil; ha sido un día gris. nublado. Un clásico día de invierno en el que el suelo está frío, mojado.
   Llega la tarde, oscurece, me siento apesadumbrado; mi mente ingrávida flota, tengo miedo, siento pánico.
   Sentado en mi viejo sillón me siento más relajado. Pienso en lo acontecido, en este día tan aciago. Todo me salió mal, al revés, no como yo había pensado. Se torcieron muchas cosas que había programado. Tal cúmulo de errores en mi vida, en mis actos, no puede ser realidad; es como un sueño amargo.
   Frugalmente ceno para pasar el mal trago. Me siento en mi ajado sillón, un viejo libro en las manos. Por fin, el sueño me llega y me acoge entre sus brazos. Mi mente loca descansa; mi espíritu sosegado.
   A las tres de la mañana me despierta un sobresalto. Una luz todo ilumina como si fuera un relámpago. Detrás de la intensa luz, me llega un eco lejano. Un redoble de tambor, como un temblor lejano que hace temblar los cristales y crujir hace los marcos. Ante el horroroso trueno, mis sentidos despertados, busco cobijo en la cama y me refugio en sus brazos.
   La lluvia con fuerza cae, repiquetea en los tejados y con solemne sonido, cantan las losas del patio.
El viento sopla sin tregua, aúlla con sus dientes largos; suena como violines del todo desafinados.
   De pronto un rayo de sol entre nubes se abre paso. El día regresa a su cita. La tormenta ya ha pasado.
   De nuevo vuelve la vida. Hay que olvidar el pasado. Renacer al nuevo día. Disfrutar de tal legado.
Vive intensa tu existencia, buenos y momentos malos. Disfrútala no la tires porque ella es ¡un regalo!

                                                                                                                 A.R.M.

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